Miami tiene unos 90
kilómetros, así que si tu objetivo es recorrerte todo y visitar decenas de
empresas, te pasas el día metida en el coche.
Nosotras, como ya somos
como de aquí, nos hemos aprendido de memoria el mapa (bueno, Paloma, porque yo
soy más de hacer caso al GPS, aunque no sea tan eficaz como mi querida Nadia) y
ya nos conocemos todas las carreteras y hasta los trucos para evitar los
peajes.
El caso es que nos
hacemos al cabo del día un montón de kilómetros, o millas o pies, o cómo
cojones se mida aquí la distancia, que yo no le pillo el punto. Porque resulta
que cuando el GPS indica “a un cuarto de milla coja la salida”, significa “ya
mismo, píllala que es esta de aquí”. Pero es que cuando dice “a mil pies”
también es “ya”. Así que ando un poco confusa con las distancias.
Por no hablar del acento
y la pronunciación de la señorita que grabó esas indicaciones! Porque es que
tiene un inglés como si fuera una señora centenaria de la mancha profunda…vamos,
que lee literalmente como se escribe. Y, cuando pensábamos que le estábamos cogiendo
el truquillo a su manera de hablar, nos sorprende con “gire a la derecha por Vestocho”. Y nosotras, “esa qué calle será?” Paloma “esa no sale en el mapa”. Y
de repente vemos un cartel “West 8”. Y claro…ahí era!
Por eso, además de la
loca que nos habla por la maquinita hemos decidido llevar un mapa que nos sirve
de complemento a sus indicaciones, para los momentos de confusión. Paloma lo
maneja perfectamente. Así que somos el equipo perfecto, ni Carlos Sáinz y Luis
Moya en sus mejores épocas!
Así pasamos la mañana
entera, de acá para allá. Y cuando a media tarde llegamos al hotel (después de
andar 18 calles por haber aparcado en la 26 cuando nuestro hotel está en la 8, todo
por no pagar por aparcar) pues estamos reventadas. Así que no tenemos muchas
ganas de salir ni hacer nada. Por eso sólo conocemos por ahora Miami Beach, que
es nuestra zona. Y nada de vida nocturna, que tenemos mucho sueño a las 8 de la
tarde ya!
Tampoco es que sea muy apetecible la nocturnidad por aquí, porque me
da a mí que son todos sitios muy turisteros y no son muy de mi rollo. Yo soy
más de bar pequeño y pop-rock, o conciertitos de grupetes de esos que “nadie”
conoce. Así que la zona que más me apetece conocer es Brickell. Está al lado de Downtown y creo que por allí hay barecillos con
más encanto.
Como primera toma de contacto hemos ido esta mañana. Como es el centro
financiero de la ciudad está lleno de rascacielos de empresas, pero seguro que
callejeando encontramos bares nocturnos chulos. Para empezar hemos descubierto
uno para comer. Es el Dolores, but you can call me Lolita.
Tienen un lunch menú que está muy bien. No es muy variado, pero tiene
ensalada y varios platos a elegir por sólo
10 dólares. Está lleno de “mari pijas” sudamericanas que van allí a
tomarse unos cócteles y jóvenes ejecutivos (todos ellos españoles, por cierto…o
por lo menos los que estaban hoy) que supongo que van por el menú con toque
español que ofrecen.
Y para darle un poco de glamour (aunque no sé si ha sido así o todo lo
contrario), una estrella de la música de los 90, ahora en horas bajas, pero que
tuvo su punto y su momento de gloria: Nacho Cano. El tío estaba ahí como Pedro
por su casa, con sus shorts, su camiseta de tirantes y medio “resudao”. Vamos,
que tal cuál había salido del gym, se había pasado por ahí a reponer fuerzas. Esta
es la prueba de que aquí la gente no tiene complejos ni sentido del ridículo,
así que no le importa salir a la calle e ir al local de moda (o a dónde sea)
hecho un cuadro. Esto es América!